Las
personas suelen pensar que los niños y los perros no tenemos buena memoria,
después de todo nuestros cerebros son aparentemente más pequeños comparados con cerebros pensantes de los
adultos, pero pequeño no quiere decir menos funcional.
Hacía
muchos años que Champy y yo no veíamos a
nuestras niñeras. Ellas nos cuidaban cuando mamá trabajaba en México, nos
sacaban a caminar y nos daban de comer.
Siempre han sido personas dulces con nosotros, nos consienten, nos dejan estar cerca de ellas y darles besos.
Una de ella
vino a visitar la casa hace unas semanas, la pudimos reconocer perfectamente. En cuando se abrió la puerta
Champy brincó de gusto y cuando subió a dónde yo estaba, si bien no la pude
ver, reconocí su olor. Nadie podía creerlo, pero yo sé bien que si Robin está
cerca, no hay nada que temer.
Semanas después
vino Theresa, y reconocí su olor, le permití que me abrazara y Champy jugó con
ella. Cuando mamá y papá no están cerca, es necesario confiar en alguien y una
vez que se crean vínculos, es difícil romperlos. La memoria emocional nos
permite reconocer a esas personas especiales.
Yo recuerdo
lugares en donde he estado y aunque ya no los veo sé cuándo cruzamos el puente
que tanto me gusta o cuando vamos al lago. Los aromas invaden mi nariz y puedo
saber dónde estoy.
Champy reconoce espacios y sabe cuando algo no
está en su lugar. Esa cualidad nos da anclaje al mundo y nos permite disfrutar
del momento.
Hoy aquí, ¡mañana
quién sabe!, pero la vida sigue su paso entre nieve, frio, calor, flores y
personas.
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