Cuando podía ver, me gustaba cuando mamá me
leía cuentos, es verdad que no escuchaba su voz, pero me gustaba acurrucarme en
su regazo y ver como pasaba las hojas. A veces las imágenes desbordaban alegría
y a veces eran tan coloridas que era difícil dejar de verlas.

Recuerdo un cuento donde hablaban de un árbol
de Navidad que no quería ser decorado porque todos los adornos eran caros.
También había un cuento donde un conejo se perdía e iba a dar al Polo Norte sin
suéter ni bufanda y se le congelaban las orejas.
Hoy quiero escribir mi propio cuento de
Navidad, para dar las gracias a Dios por un año más y por permitirme compartir
con mis papís, mis abuelitos, amigos y lectores. Gracias a todos por leerme.
Este es el cuento de Navidad de Bubu:
Había una vez una bubu… ¿Por qué todos los
cuentos debe comenzar con: había una vez?, ¿por qué no habían dos veces?, o ¿por
qué no… esta es una historia que no
existe ya que nunca ha sido contada?, o ¡mejor aún!, esta es una idea que
quiere ser una historia…
¡Oh! Mamá dice que si escribo mi cuento bonito
nadie me va a leer… ¡está bien!:
Erase una vez una perrita llamada Bubu que
junto a su hermanito Champy decoraban el árbol de Navidad que soñaba con ser el
más hermoso del territorio.
Bubu tocaba los adornos con su nariz y Champy se estiraba
para colocarlos en el arbolito que contento se agachaba para que le fueran
puestos los adornos.
Los adornos tenían muchas formas, aunque solo
puedo imaginar los colores, yo espero que tú me ayudes a imaginarlos, por
ejemplo, decoramos con sonrisas de abuelitos, miradas suspicaces de papá cuando
encuentra un poco de agua sobre el piso, intentando adivinar quien ha hecho una
travesura… por supuesto, el problema es que ¡las plantas beben demasiada agua!.
Colgamos una lágrima, por aquellos que nos
dejaron durante el año, pero la hicimos acompañar del recuerdo más lindo que
tenemos de ellos. De Benny, pusimos la tarde cuando salió a mirar por la puerta
que da al balcón y en lugar de molestarme, me olió… pude sentir como me olía.
En ese momento dijimos que siempre nos habíamos amado y, nos despedimos.
Colgamos una sonrisa mágica y es que no podían
faltar las carreras de Champy cuando regresamos de caminar, es tan rápido que mamá
no puede quitarle el arnés. Pero es que le gusta subir a morder sus juguetes.
De papá, buscamos entre sus cosas, el momento
en que besó a mamá por primera vez, y de mamá, encontramos el instante en que
supo que amaba a papá. Esos dos momentos hacen de cada Navidad algo
extraordinario.
Encontramos un abrazo dulce con gorro y bufanda
que con mucho cuidado Champy puso en la punta del árbol, porque es de nuestros
abuelitos, sabemos que ellos nos quieren mucho.
De mis recuerdos de México, le presumí a Champy
el instante en que mi abuelita me abrazó cuando me conoció… ¡era yo toda una
bolita peluda!.
Champy colgó con mucho amor, el momento en que
nos conoció a todos y lo hicimos parte de nuestra familia.
Mamá dijo que no podíamos colgar muchas cosas
en el árbol, pues podría vencerle el peso, así que tuvimos que poner debajo del
árbol las zanahorias que le dejamos al ángel de la Navidad que vendrá a vernos
y Champy puso el león que le regaló abuelita la Navidad pasada.
Si este fuera un cuento real terminaría con… Y
vivieron felices para siempre…
¡Oh! Dice mamá que eso es para los cuentos de
hadas… bueno ¿qué tal.. y colorin colorado, este cuento se ha terminado…? … Dice
papá que no es ese tipo de cuento… dice Champy que debería concluir diciendo:
Que todos los perritos reciban mucho amor en el mundo…
Pero, prefiero que mi cuento termine diciendo:
Muchas gracias por leerme durante un año más, espero que Dios me de muchas
fuerzas para seguir caminando, regando el pasto y comiendo zanahorias y espero
que ustedes sigan leyéndome.
Mil GRACIAS y que Dios los bendiga. ¡Muy feliz
Navidad a todos, donde sea que se encuentren, este cuento de Navidad es posible
por todos ustedes!
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